Storge


Patricio Juan Nohaez Entrisom


—Si no te digo, ni me vas a creer con quién soñé. En algún momento disfruté del animé. Fui un gran fan. No de aquellos que usan cosplay o compran objetos ninjas para presumirlos en clase. Yo era una especie de cinéfilo. Leí la palabra en un blog, significa “aquellos que aman el cine”. Bueno, ¿sería animéfilo? Amaba el cine animado japonés. ¡Todos los géneros! Acción, terror, drama. Mis preferidos eran de amor y psicológicos. Cuando iniciaba una serie, consumía un capítulo tras otro. Mala suerte la mía no tener con quien disfrutar una velada de animé. Bueno, Catalina, pero nunca lo hicimos, porque requería un consumo excesivo de tiempo. Consideren que una serie dura cuarenta capítulos de veinte minutos. En condiciones normales de mi vida, este gusto no se me permitiría. Sin embargo, gocé de la buenaventura de encontrarme en un lapso sin responsabilidades. Tuve la fortuna de acceder a la universidad que deseaba. El costo: un año de espera. Casi todos mis amigos iniciaron clases, así que se olvidaron un poco de mí. Al principio se sentía tan parecido a estar en una sala de espera para el dentista. El animé fue como encontrar el control remoto de la televisión y disfrutar algo entretenido mientras era llamado para mi cita odontológica.

Vaya, el animé no solo me ayudó a sobrellevar la expectativa universitaria, también fue buen distractor de mi desconsuelo. Finalizar la prepa significó terminar mi única relación amorosa hasta ese momento. ¡Ah! Cómo disfrutaba pasear por la calle tomado de la mano y escuchar música compartiendo audífonos ¡Disfrutaba tanto esas veladas a su lado! ¡Disfrutaba el amor! Aún lo disfrutaba, no desde la acción, sino desde el asiento de espectador. El constante recordatorio de los sentimientos vividos era la fascinación encarnada de mi interés por las historias de amor en el animé. No como los doramas coreanos que eran solo besos y caminatas. El amor en el animé mostraba otras facetas: la duda, la tragedia, el desavenimiento, el largo camino sobre la montaña de cerezos que conduce al amor onírico.

¡Ah! El onirismo. Un anime, que no terminé de ver, nombró al amor como un efecto del onirismo. La extraña palabra parecía un error de traducción. Por su irregularidad la memoricé. Un amor desligado de las muestras de afecto inmediatas, ligado al cumplimiento de los sueños más profundos, del cual nacen las fantasías más bellas, los sucesos más mágicos: el amor de Yusei por Akiza o de Tomoya por Nagisa. Esta idea de amor se propuso como mi objetivo, pues, pensé, si la razón de mi última decepción amorosa residía en la abrumadora rutina, en su opuesto hallaría la solución.

Esta idea llegó a mi plática semanal con Ulises, quien se encontraba en la misma situación, sin escuela ni trabajo. Él también era fan del animé, pero gastaba menos tiempo mirándolo. Él era fan único de una de esas series de más de 500 capítulos. El tiempo dedicado al animé agravó sus ojeras. Tampoco era fanático del ejercicio, así que su cuerpo denotaba descuido. Su gran preocupación era encontrar cada día una nueva forma de evadir el aburrimiento. Muchas veces se conformaba con mis síntesis de las series, otras, consumía su tiempo con borracheras y fiestas. Su carácter era explosivo e imprevisible, semejante a Jack Atlas o Youhei Sunohara. Hacíamos buena pareja, él era la extroversión que yo necesitaba.

Cuando un animé resultaba difícil de conseguir en internet o requería mayor esfuerzo, ya sea por la utilización de Pirate Bay o la exagerada duración de descarga, preferíamos comprarlos en el centro de la ciudad. El lugar en el que siempre encontrábamos esas pequeñas joyas era la Frikiplaza. Conforme avanzaron las semanas, aumentó el tiempo que pasaba ahí. Ya no solo iba a comprar, sino a disfrutar las amenidades. Esto se debía principalmente a que un amigo, Axel, había alquilado un local de videojuegos. Él era amable y generoso, uno de esos tipos que les encanta la compañía y hacen lo necesario por mantenerla. Ulises y yo lo visitábamos y aprovechábamos el privilegio de jugar a mitad de precio. Así, comenzamos a entablar amistad con distintas personalidades frikis. Al poco tiempo, éramos amigos de los vendedores de series, peluches, videojuegos, juegos de mesa e, incluso, de los profesores de japonés de la plaza, quienes eran de nuestra misma edad y solo habían tomado medio año de clases del idioma.

Ulises no pudo asistir un día a la plaza tras una fiesta, pues se encontraba en pésimas condiciones. Me pidió que pasara a verlo. Pero, antes de ello, tenía un encargo para mí. Había un animé que deseaba ver. Todas las recomendaciones perfilaban el mismo desenlace: tristeza total. Incluso yo, siendo un hueso duro de roer, no pude evitar llorar con él. Clannad, nadie olvidaba su nombre, ni las emociones asociadas a los últimos capítulos. Su deseo fue puesto en mis manos y mi labor como nakama era ayudarlo a concretar su aspiración.

Llegué a la plaza sin detenerme, tenía prisa por cumplir mi encargo. Me dirigí directamente al local en el que estaba seguro encontraría mi encomienda. Cuando subía las escaleras choqué por error con alguien. El choque fue tan intempestivo que hizo caer uno de mis audífonos. Me apené lo suficiente para no mirar a los ojos a la persona y disculparme. Miraba hacía el suelo cuando sentí su brazo en el hombro y escuché su disculpa. Su risa me inquietó. La miré, mi pecho se contrajo y le dije que no se preocupara. No esperé su respuesta cuando corrí a comprar el CD que necesitaba. Salí de prisa evitando encontrarla de nuevo.

La vergüenza de sentirme un cliché contaminó mi día. Siempre había sido temeroso ante las mujeres. Ulises notó mi emoción y preguntó sobre mi comportamiento. Evadí un poco el tema, pero el flujo de la plática me llevó a ese acontecimiento. “Vaya que eres raro cuando alguien te gusta”, me dijo. Yo no había planteado mi historia en esos términos. Sus ojos eran café como la línea 8 del metro, piel blanca con marcas de acné y cabello corto, semejante al de Akiza Izayoi pero sin las coletas, ojos pequeños, nariz afilada, mentón amplio, erguida sin rebasar mi estatura y podría decirse, con criterios muy amplios, que era delgada. Despistada declarada por su semblante. De mirada simpática y amigable, no de vendedora ni como uno de esos sujetos que solo te hablan para buscar likes en sus fotos o páginas, más bien reflejaba generosidad y confianza en sí misma. Su ropa armonizaba con su estrafalario tono de voz, desembuchando el desinterés por agradar. Solo te faltó memorizar su ropa, acosador asqueroso, dijo Ulises.

Desde ese momento, verla en la plaza resultó un hecho familiar. Yo creía que había algo de mágico en eso, pero Ulises decía que era sugestión. Un día, encontrándonos hablando acerca de cosplayers, Ulises dictaba cátedra de psicología. Una chica se acercó y le hizo varias correcciones. Axel comenzó a carcajear, la llamó por su nombre, Catalina, y le preguntó si había iniciado a estudiar lo mismo. Respondió que no, simplemente recordaba cosas de sus clases de psicoanálisis de la prepa. Desafortunadamente, ella no alcanzó lugar en alguna escuela pública, así que esperaba entrar a una privada. Ulises le comentó que yo había logrado entrar a esa carrera, solo que mi boleto de entrada tenía aplazado el cobro. Ella me sonrió y dijo con un tono amigable que esperaba pudiésemos hablar de ello algún día. Al terminar este enunciado, la miré extrañado y pensé: “¿no recuerda que soy el chico de las escaleras?”.

Ella se interesó en mi gusto por la psicología. Yo, que solo conocía lo aprendido en la preparatoria, trataba de orientar la plática hacia temas que dominara. Resultó que ambos teníamos un gran gusto por un anime de terror psicológico. Así, la plática grupal devino una charla personal. Eso no evitó que nos integráramos al grupo. Jugamos Wii todos juntos hasta que, llegada la tarde, ella anunció su retirada. Su despedida fue lenta, cavilosa, pero la insistencia vía telefónica de su padre fue mayor. Antes de irse, intercambiamos números telefónicos para vernos otro día. Poco tiempo después, Axel procedería a cerrar su local, no sin antes invitarnos a cenar en Wasabi Fish. Hasta ese momento, una sensación de saciedad invadía mi cuerpo, haciéndome olvidar el hambre, por más de once horas. Vaya olvido, pero, cualquiera olvidaría nimiedades de la vida con menuda compañía.

Al terminar de comer caminamos hacia el metro pasando por El Sótano. Sentí muchas ganas de leer algo de psicología, así que le pedí a mis amigos que me esperaran mientras buscaba un libro. Al entrar, la cantidad de libros fue abrumadora. Decidí tomar uno al azar, al final, cualquier cosa sería interesante para iniciar. El primero que tomé tenía por título “Eros y psicoanálisis”, esa segunda palabra me hizo insight, como si encerrara una verdad del mundo, no podría ser famosa de otra forma. Lo tomé, lo compré y salí del lugar, alcanzando a mis amigos.

Esos días mi costumbre era dormir hasta altas horas de la noche, cuando mis ojos se encontraban tan cansados de mirar la pantalla. Esa noche, sin embargo, tuve mayor deseo de escuchar j-pop: mirai iru. Un mensaje llegó a mi celular. Se trataba de Catalina. Hablamos toda la noche acerca del sabor del sushi, los helados de yogurt y las diferencias entre el rock japonés y coreano, me habló de cómo conoció a Axel y que a veces lo notaba raro con ella. Nos detuvimos ampliamente en el tema del helado, pareció buena idea salir juntos a comerlo al otro día. Curiosamente, una nueva cafetería abría ese fin de semana, su particularidad era la hilarante estética kawaii. Esa noche dormí sin ardor en los ojos, quizá por ello el sueño no tardó en llegar. Entre tanto caía dormido, fantaseaba con el día próximo. Quedamos de vernos muy temprano, por lo que puse la alarma.

El camión de la basura aún no pasaba por mi calle cuando desperté lleno de energía. Me bañé, desayuné y me vestí antes de que mi vecino terminara de alistar su negocio. Hacía mucho que no me despertaba tan temprano, el aroma que desprendían los árboles era extraño. Debía viajar un buen rato hasta llegar a metro San Antonio. Cargué mis audífonos y salí de casa. Comúnmente, para acortar mis viajes en el transporte público, dormía, pero esta vez decidí gastar mi tiempo leyendo. En mi mochila portaba un manga y mi libro de psicología. Hojeé un poco el primero hasta decidir leer el segundo. Antes de llegar a mi destino, Catalina me avisó por mensaje que tardaría un poco en llegar, así que me senté a leer, específicamente un capítulo del libro dedicado al amor Storge: “un amor que crece al paso del tiempo, comúnmente asociado con las relaciones familiares y de amistad, caracterizado por la lealtad y protección”.

Los sueños esconden nuestros deseos más vergonzosos, dijo Catalina, asustándome por su acercamiento furtivo. Disculpa por llegar tarde, me quedé dormida, quería alargar mis sueños, así como Kishimoto alarga Naruto, ¿alargamos ambos nuestras penas? Su tono era juguetón y afable. No entendí su comentario, así que reí secamente. Caminamos, platicamos, disfrutamos un helado, me habló de su hermano, de los problemas económicos de su padre, de su gusto por los juegos de cartas intercambiables, Freud, su trabajo temporal en restaurante. Nos quedamos hablando ampliamente de la tristeza, para ella, Tenshi no tamago representaba claramente el estado de ánimo apachurrado. El animé era el encuadre de las emociones japonesas, su producción artística particular. Yo no había visto esa película, la anoté en primer lugar de mi lista de pendientes. Al despedirnos, una sensación de ternura me acompañó de regreso. Era algo nuevo y familiar a la vez. Mi semblante reflejaba algo, pues el hombre sentado frente a mí me miraba. Me apené y cambié de vagón. Al llegar a casa dormí tranquilamente. Había quedado de mirar a Ulises al siguiente día.

“¿Y la quieres?”, me cuestionó Ulises. “Claro que sí”, respondí. “Apenas la conoces, a lo sumo te gusta, quizá, ¿no? te gusta y ya”, me dijo. “Con ella, siento una comodidad plena, un deseo de mostrarme tal cual soy, quedarme ahí para indagar la naturaleza onírica del mundo”, le comenté. “¿Onírica?”, preguntó y añadió, “el amor va sobre pasión, no sobre sueños, ni siquiera has dejado claro a qué te refieres con eso”. No respondí. “Solo te lo digo como amigos, si no sabes qué quieres, no creas que la primera en pasearse frente a ti es tu respuesta”. Jugamos Red Dead Redemption sin volver a tocar el tema. Ese día dormí en su casa, al siguiente iríamos al local de Axel para ayudarle a instalar un nuevo Wii. Antes de dormir, escuchamos varias veces Silhouette. Pensaba que sería interesante embarcarse en una aventura de mil capítulos.

Catalina llegó al local cuando probábamos nuestra instalación. Tadaimasu, saludó mientras entraba, miró a Axel, sonrió, encogió los hombros mientras con su mano izquierda acomodaba su cabello detrás de su oreja. “Konichiwa”, Axel respondió. No sabía que hablabas japonés, mencionó Ulises. Catalina, mientras recargaba su mejilla en el hombro de Axel, respondió que tomaba clases con él desde hace meses. “Totemo sabishi, Catarina Chan, ima, watashi wa nihongo benkioshiteiru”, dijo Axel. Bromearon sobre la dificultad de los pictogramas, las diferencias de los Hanzis y los Kanjis y sobre los fansub que se encontraban en internet. Ai: manos, corazón, movimiento; amor, lo que proviene de la actividad del corazón. Los Kanjis expresan más que las palabras, dijo Catalina mientras dibujaba trazos en el aire con su mano. “Recuerdo mucho uno, tomodachi, son dos, mano es el primero, pero en este caso significa fraternidad, pues son dos manos tomadas, enlazándose; el segundo, construcción, la amistad es la construcción de lazos”, agregué. ¿Tú también estudias japonés?, me preguntó Catalina. No, lo vi en un animé, respondí. “Oh, omoshiroi, todos ustedes son sugoi”, dijo Axel. Reímos hasta incomodar a la clientela. Axel, al notar el vacío en el local, comenzó a usar su televisión para ver Gantz.

La alegría de la plaza se extendía hasta afuera, donde aquellos chicos echados a la calle por el cierre se reunían para platicar hasta que el horario del metro lo permitiera. Catalina se acercó a algunos de sus conocidos, a quienes me presentó. Hablamos un poco acerca de cómo nos conocimos. Axel y Ulises se perdieron en las calles, al parecer en búsqueda de pan chino horneado. Catalina y yo fuimos a buscarlos. Al llegar al callejón chino las tiendas estaban cerrando, recorrimos la calle entera sin dar con nuestros amigos. Decidimos caminar hacia la Alameda. Cada momento había menos gente en la calle. Hablamos sobre la ruina económica de su padre, la ausencia del mío, su incertidumbre del futuro en la universidad, mi larga espera, sus días de terapia, mi añoranza hacia mis amigos. Extendimos la plática hasta lo onírico y por un momento una calidez me absorbió. A ella la llamaron, la regañaron pues ya había pasado la hora de su llegada. Corrimos al metro, nos despedimos con un beso fugaz en la mejilla. Quise tomar su mano, pero volteó muy deprisa por la llegada del metro. La calidez seguía presente y no me abandonó durante todo el camino. Incluso, el calor interno estaba más presente que el bochorno ocasionado por la saturación de gente en los vagones del metro. Al llegar a la estación de mi casa, Axel y Ulises esperaban sentados en las escaleras fuera de los torniquetes.

Ulises me invitó a su casa, pues él y Axel habían comprado una botella de Riunite y querían disfrutarla. Acepté. “Esperemos que nuestra buena acción eleve un copo de nieve al cielo, así se nos concederá un deseo”, dijo Axel. Ulises explicó que nos habían dejado solos a propósito, pero, en el camino, llegaron a la conclusión de la inexistencia de un amor entre Catalina y yo. “¡A ella no le gustas tanto!”, dijo Ulises mientras tomaba de su vaso. Creí que habían caído algunos hielos en mi playera. “Es decir, le gustas, pero no para andar, es el gusto que hay entre amigos y ya”, agregó Axel. “Creo que a ella no le gusta nadie, es rara, una vez me regaló un Hámtaro”. Cambié la música, esos días era muy fan del soundtrack de Clannad. Ulises, al reconocer la música, se puso de pie y comenzó a hablar con firmeza, como si al alcohol no le afectara: “así, justo así son, la ternura de la ingenuidad. ¡Ja! El lugar donde se cumplen los sueños, ¿no? Esa es su promesa en silencio. Creen que van caminando por el largo sendero donde las hojas de cerezo aletean. Fantasías, miradas aniñadas que rehúyen. Extienden su juventud en fantasías y tú le llamas onirismo. Ella no lo dice, pero le fascina ese engaño. ¿Saben por lo menos diferenciar que su taquicardia no es amor? Aquí no hay cerezos, aquí pájaros grises genéricos”. Al terminar de hablar, se sentó y continuó tomando. Dormí en su sillón.

Muy temprano por la mañana Axel me despertó, me pidió acompañarlo a abrir su local. No despertamos a Ulises, quien dormía profundamente. De camino a la plaza, pasamos a casa de Axel para desayunar algo. Me permitió bañarme en su casa y me prestó ropa. Al llegar a la plaza, mientras subíamos por las escaleras, Axel me dijo que no le hiciera caso a Ulises, que sus palabras eran un efecto de la borrachera. Recordé su discurso, sentí presión en mi mandíbula. “¿Tú la quieres?”, me preguntó. Sí, respondí. “¿Cómo la quieres?”, preguntó. “No sé, la extraño cuando no está”, le dije. “Eso no dice nada”, respondió. “Me gusta, eso lo sé, quiero tomarla de la mano y ya, hablar con ella, salir, comer helado, hacer cosas juntos y así”, respondí. “En la sencillez acierta Ulises, pero eso no es suficiente; el enamoramiento no siempre termina en amor, a veces, solo en amistad, cuando la intimidad es lo único que hay”, respondió. “Me imagino un futuro con ella”, le dije. “Y así con todos tus amigos, solo te enamoraste de ella, congeniar no es amor, es fantasía, es un sueño del que despertarás, notando que lo que siempre estuvo ahí fue la amistad, la cual no debes perder por un capricho”, dijo con dulzura.

Esa mañana le ayudé a cobrar. A medio día Catalina apareció, nos saludó efusivamente. Nos invitó a comer. Axel dijo que tenía cosas por hacer. Yo decidí acompañarla. Bajamos unos pisos, entramos a un restaurante de Sushi y ordenamos. Ella pidió dos Onigiris, un sushi con mango y calpis, yo una sopa de udón y gohan. Mientras esperábamos la comida, comenzó a hablar: dormí pocas horas, me desvelé viendo Sword art online. ¿La conoces? No importa, es muy buena, un chico entra en un videojuego y se queda atrapado en él. Ahí conoce a una chica, ambos se enamoran y pareciera que conforman una vida dentro del videojuego, hasta que encuentran la forma de escapar. Todo un drama encontrar la forma de escapar porque el programador controla el videojuego desde fuera. Después de luchar contra él, logran salir, pero ella queda atrapada. Ahí no termina… La comida interrumpió su narración. Su manera de sonreír me conmovía. ¿Entras a la universidad en dos semanas, cierto?, me preguntó. Asentí. Podremos vernos por las tardes, o por las mañanas, en caso de que te toque el turno de la tarde, dijo. Con su mano derecha jugaba con los palillos chinos, se detuvo al notarlo, y pasó a jugar con su cabello, ondulándolo con su dedo.

Yo llevaba un rato en silencio cuando ella dejó los palillos chinos en la mesa y apretó su mano. Suspiró y dijo con una voz lenta, mirando hacia el suelo: ayer, mientras regresaba a mi casa, sentía un calor en mi pecho. No el calor que te hace sudar, tampoco el que te ruboriza, sino el calor que sientes cuando te abrazan muy fuerte. ¿Lo conoces? Mi hermano, en mi cumpleaños pasado me regaló un dibujo de mi personaje favorito de Yu-gi-oh, me gustó tanto que lo abracé tan duro que le lastimé el cuello. A él pareció no molestarle, ni siquiera se percató al momento del dolor, por fijarse exclusivamente en lo bien que sentía. Creo que eso sentí. No sé, ¿te ha tocado? Bueno, alguna vez, mi hermano me contó que así fue cuando su mejor amigo lo abrazó después de casi ser atropellado. Creo que estoy divagando un poco, ¿no? El punto es que no pude, puedo, ignorar esa sensación. Al llegar a mi casa, pensaba lo mucho que me divierto contigo. Es decir, hemos salido pocas veces, pero es increíble. Ya hasta sé dónde encontrarte, te la pasas aquí. A los dos nos gusta mucho el animé, los videojuegos, el sushi, el japonés. Y… Axel ga suki desu. Sí, eso, exactamente. No lo entiendes. Bueno, es sencillo, quisiera, yo, hacer cosas con ustedes. Hace mucho que mis amigos no tienen tiempo. Me sentía olvidada. Ahora, estos días, los veo mucho. Por casualidad, bueno, no tanto, Axel tiene buenos videojuegos, me la pasaba ahí, hasta que tuve que trabajar. Falté dos meses y al regresar, el primer día te encuentro. Hoy falté al trabajo. Nadie me cae bien ahí, pero mi familia necesita el dinero. Me gusta Axel.

Pero quiero pasar más días contigo. Se quedó callada de golpe, me miró unos segundos antes de desviar la mirada y miró fijamente el menú, aparentando buscar algo. Llevaba unos segundos así cuando llamó a la chica que nos atendía para pedir un helado de macha. Buscó en su bolsa hasta sacar una tarjeta con la que empezó a jugar. La miraba mientras ella no se fijaba en mí. Si sus ojos se desviaban hacia mí, yo hacía lo contrario. Repetí varias veces en mi mente la misma frase hasta que pude articularla con la boca: a mí también me gusta mucho estar contigo, me gustaría que pasáramos más tiempo juntos, creo que podemos entablar una amistad de mil capítulos, respondí tratando de ser amable. Dejó escapar una frágil y corta risa, cerró los ojos, sonrió tiernamente. Terminó su helado con los ojos cerrados. Acabamos de comer, pagamos la cuenta y al llegar a la entrada del local, Catalina me besó la mejilla y se despidió, debía regresar al trabajo.

Subí con Axel. Ulises estaba ahí, me saludó como si la noche anterior no hubiese ocurrido. Ulises nos contó que había conseguido un trabajo en un call center, vio la publicidad mientras caminaba hacia la plaza. Al llegar con Axel decidió llamar al número del lugar, le dieron informes y concretó una entrevista. Al parecer el único requisito era tener tiempo suficiente. Sentía más que segura su contratación. Ese día solo platicamos acerca del futuro, de nuestros anhelos y metas por cumplir. Nos despedimos temprano, quería descansar, tenía sueño acumulado de la noche anterior.

Al salir de la plaza, en uno de los puestos de animé, noté la serie que me recomendó Catalina. Pregunté si las temporadas estaban completas. La tomé, la miré, abrí mi mochila para buscar dinero, vi mi libro de psicología y antes de recibir respuesta del vendedor desistí y decidí no comprar nada.

Tenía un libro que terminar.


Ilustración: Mayalen