Horror Vacui


Héctor Daniel Olivera Campos


TODOS.- ¿Te has enterado de lo de Ulises?

GUILLERMO.- Un susurro, un murmullo, un rumor y, por último, un caudal indómito restellando por entre los pasillos de la Universidad. No se habla de otra cosa, el nombre de Ulises resuena con el color de todos los acentos. Ahora,con una historia que contiene tantos elementos sugerentes y misteriosos, todo el mundo afirma haberle conocido. Pero, realmente, ¿quién conoció a Ulises? Puede que ni él mismo se conociera.

AVELINO.- Me alegró ver el coche de los muertos en el observatorio y cómo introducían en el vehículo el féretro. A cada cerdo le llega el día de la matanza, ¡sí señor! Es de hipócritas decir que no hay que alegrarse de la muerte de alguien; cuando ese alguien es el tipejo que ha matado a tu hija de dieciséis años, lo decente es alegrarse. Lo único que lamento es no haber sido yo el que lo mató. Sabe Dios que si no lo hice fue por no dejar solo y desamparado a mi otro hijo, Indalecio, que quiso el Señor que fuera un alma bendita a la que su deficiencia mental le ha vedado el conocer las maldades de este mundo. No fue por cobardía ni por miedo a ir a prisión por lo que no acabé con el científico, que muchas veces cargué los cartuchos en la escopeta y me dirigí hacia el observatorio para, en el último momento, desistir y reanudar el camino de vuelta a mi casa, blasfemando.

ANGUSTIAS.- Avelino miente, él lo sabe y yo lo sé. No fue el científico el que mató a Angelina, porque a la niña no la ha matado nadie, ella se marchó y mi marido sabe porque lo hizo. Las razones son demasiado terribles, y no sólo para decirlas en voz alta, todo es demasiado horroroso incluso para ser pensado. Que se encontrara una muñeca, la preferida de Angelina, en el observatorio, prueba que la niña y el científico en algún momento se encontraron, pero nada más. La Guardia Civil removió cada brizna, cada rama caída, alzaron cada piedra del bosque que rodea al observatorio y no hallaron nada.

GUILLERMO.- Lo que hizo la televisión fue inmoral; relatar la muerte de Ulises en extrañas circunstancias y dos minutos más tarde hablar de la adolescente que desapareció hace un año en el mismo paraje, dando a entender que existe una conexión entre los dos sucesos. Extraterrestres, científicos locos y jovencitas que desaparecen; supongo que el revoltijo era demasiado apetitoso como para no vomitarlo en horario de máxima audiencia. Es una infamia, es el amarillismo que no cesa. He hablado con Julia, está de acuerdo en que interponga una denuncia contra la cadena televisiva.

JULIA.- Empecé el día contenta, había ido a la peluquería y Vanesa, la nueva peluquera, había acertado con el color de las mechas que quería. Y entonces me llama Guillermo, tanto tiempo sin llamarme, y lo hace para decirme que Ulises ha muerto.

RICARDO.- No hay mal que por bien no venga. Durante toda la mañana el teléfono no ha parado de sonar, tengo siete entrevistas apalabradas. La muerte de Ulises mientras cazaba marcianos nos proporciona una publicidad cojonuda, sería de idiotas desperdiciarla, y más ahora, que nos estrangulan con los recortes presupuestarios.

JULIA. -Viuda, soy viuda. Me lo repito en voz alta varias veces para escuchar como suena. Me miro en el espejo y concluyo que no tengo cara de viuda. Vanesa me da sus condolencias, la primera persona de las muchas que vendrán desempolvando pésames, clavándome besos en las mejillas y derrochando gestos contritos.

RICARDO.- Un discurso, tendré que dar un discurso; porque por supuesto, habrá un funeral institucional. Como Decano de la Facultad de Ciencias se espera que hable, estoy obligado a ello. Casi llegó a ser premio Nobel de Física, era uno de los nuestros, un catedrático ilustre de la casa, doctor cum laude de esta Facultad, un...., un.... cabrón. Como me gusta que se haya muerto ese hijo de puta y que se pudra en el infierno o allá donde a tomar por culo se haya ido. El brillante doctor, el pedante y soberbio animal de los cojones, con su resplandeciente currículum y sus setenta artículos en la prensa científica. Siempre mirándote por encima del hombro, ninguneándote incansablemente. Aún recuerdo con nitidez, aunque han pasado quince años, cuando hallé su nota manuscrita en el informe, desaconsejándome con su caligrafía de maricón: “Ricardo carece de la suficiente formación científica para desempeñar la plaza de profesor adjunto que solicita”.

JULIA.- El paso del tiempo es una trituradora de carnes, almas, experiencias y recuerdos. Ulises salió de mi vida y, desde que lo hizo, se ha ido desvaneciendo. El sentimiento de amor, aquello que me complementaba con él, que me hacía creerle una continuación de mi misma; se ha tornado remoto y extraño. Ya no recuerdo el sabor de sus besos. Su paso por mi vida es ya un fulgor lejano, como el brillo de esas estrellas que observaba a través del telescopio. Ahora ya no está en mi mundo y sólo el rencor permanece íntegro y vigoroso.

SONIA.-Me dijeron que Ulises había muerto y no me lo podía creer, hasta que llamé a Guillermo para que me lo confirmara. Él estuvo reconociendo el cadáver. Me encerré en el baño y lloré. Sentía pena por él, pero sobretodo sentía lástima por mí misma, porque yo le amaba y nunca lo tuve.

ASUNCIÓN.- En el pueblo no se habla de otra cosa que no sea la muerte del loco.

RICARDO.- Es una putada que uno esté obligado a hablar bien de los muertos, porque de lo contrario lo iba a poner tibio en el panegírico. ¡Menudo pedazo de cabrón estaba hecho! aprovecharse del puesto para follarse a la becaria y luego promoverla para profesora mientras él dirigía su doctorado; Don Perfecto, ¡el colmo de la ética! Claro, que el lío no se hizo público, él era un hombre casado hasta que mandó a la parienta a la mierda. Pero dos más dos suman cuatro, al menos en la física newtoniana y nadie hace nada por nada. Si Ulises promovió a Sonia es porque se la tiraba.

GUILLERMO.- Que te presenten algo semejante a un cuerpo humano carbonizado y retorcido, y te digan que se trata de tu mejor amigo, no es una experiencia agradable.

ANGUSTIAS. -¿Por qué el día en que desapareció Angelina también desapareció David? Nadie parece querer interrogarse sobre eso. Puede que no fuera yo la única que miraba para otro lado.

GUILLERMO.- Le pedí a Ulises que se postulara para ser Decano, de lo contrario saldría elegido Ricardo, pero él se negó. Mi amigo decía que asumir el Decanato le asfixiaría en un alud de burocracia, reuniones interminables y pugnas por arrancar financiación a políticos ignorantes y obtusos; en resumen: nada que ver con la ciencia. “Sí, pero si no te presentas tú, saldrá Ricardo -contraataque-; quien ya ha tejido alianzas, prometido puestos, pateado pasillos y despachos, empleado a parientes de aquellos que han de elegirle y prestado su apartamento en Menorca a todo catedrático capaz de vender su voto”. Ulises dijo que era por rechazo a toda esa mierda que le describía, por lo que se dedicaba a la ciencia. No soportaba la hipocresía, la adulación, la envidia, la prepotencia, la mezquindad, el arribismo, los odios cainitas o los dogmas. Creía que la ciencia era el santuario laico de la verdad, el antídoto contra todas las miserias humanas. Aspiraba a un conocimiento puro en el que verdad y belleza se fundían sin solución de continuidad. Le advertí que si no descendía de su torre de marfil, los enanos la echarían abajo. “Ricardo es la mediocridad y la corrupción, destruirá está Facultad y luego te destruirá a ti. Jamás subestimes la habilidad y la perseverancia de los mediocres”, sentencié.

JULIA.- Fue una gran desilusión para mí, saber que mi esposo no se presentaba al puesto de Decano; de haberlo hecho, nadie se habría atrevido a disputarle el cargo. Si al menos le hubieran dado el Nobel, tal y como se rumoreó durante un par de años; pero no, el premio no llegaba y mientras tanto despreciaba hacer carrera en la Universidad. “No tienes ambición”, le dije. Al escucharme, primero me miró con sorpresa, luego se echó a reír; “Más de la que te imaginas”, me contestó.

RICARDO.- Esa zorrita de Sonia ya ha llegado muy lejos en esta Facultad y mientras yo sea Decano, no subirá ni un peldaño más arriba del puesto en que Ulises la colocó. Otro que va a tener que vaciar muy pronto su despacho es Guillermo.

SONIA.- Recuerdo haber pasado horas escuchándolo, sentados, como dos estudiantes, sobre el césped del Campus. Cierro los ojos y aún puedo oírle definiendo la singularidad de nuestro planeta: “Sobre la roca terrestre, que rota alrededor de un sol distante, en una galaxia secundaria; estalló la vida. Si creyera en Dios hablaría de milagro. Somos un maravilloso e insólito accidente, la improbable recombinación de un puñado de aminoácidos”. Nadie amaba tanto la ciencia como él.

JULIA.- Ciencia, ciencia y más ciencia. Era un plasta.

GUILLERMO.- A nadie extrañó que dejara a su mujer. Creo que no había una pareja más dispar en el mundo. Habían sido novios desde los tiempos del instituto y lo que fuera que los cimentó, se había esfumado hacía tiempo.

JULIA.- Ni siquiera he podido ser madre. ¿Cabe peor frustración para una mujer?

SONIA.- Recuerdo haber ido al comedor de la Facultad. Comía un plato de spaghetti con tomate mientras rellenaba el crucigrama de un periódico. Siempre he sentido antipatía por la gente que lee comiendo, pienso que ni disfrutan ni aprecian la comida que ingieren; y pese a lo mucho que le admiraba, en aquel instante Ulises me pareció vulgar. Me senté frente a él, me recibió con su amplia y hermosa sonrisa con la que solía abanderar seductoramente su rostro. Fui directa al grano; le dije que corrían rumores que afirmaban que teníamos un romance (un romance que yo deseaba con toda mi alma). Se encogió de hombros y alegó que lo dejara correr, que la gente es chismosa y se aburre y por eso inventan cosas.

GUILLERMO.- “Yo no soy Ricardo”, afirmó, estaba claro que se refería a los rumores que corrían por la Facultad de que Ricardo aprobaba a sus alumnas a cambio de favores sexuales. Le dije que entendía que no le pareciera ético liarse con una persona, a la que le está preparando la tesis doctoral, pero que si él dejaba la docencia y el Departamento para irse a trabajar al proyecto del S.E.T.I. tal como había anunciado, los impedimentos de orden deontológico desaparecerían. “Sonia te quiere, es perfecta para ti; joven, guapa, te admira, es una enamorada de la astronomía y las matemáticas. Tenéis mucho en común”. No puedo jurar cuáles fueron las palabras exactas, pero creo que me dijo algo como que ese era el problema, que confundía admiración con amor y que la diferencia de edad pesaba mucho, y que la noche en que lo viera en calcetines blancos, calzoncillos y camiseta imperio, le recordaría más a su fofo padre que al gran hombre de ciencia.

SONIA.- Hará cosa de tres años, comenzó a apasionarse -aunque la palabra exacta sería obsesionarse- con la cuestión de la vida extraterrestre.

JULIA.- ¡Por supuesto que fisgoneé en su cuenta de correo personal! Cuando sientes que tu marido ya no te quiere y sospechas que quizás te está engañando con otra, es legítimo averiguar lo que pasa. Fue muy duro para mí leer un correo que le dirigía a su amante. Durante mucho tiempo lo estuve releyendo. Hoy lo he vuelto a leer, la pena y la compasión que siento no deben hacerme olvidar lo que me hizo. Aquí, está. Dice así: “Firmar la hipoteca, chalet adosado en las afueras, catálogo de Ikea, recetario de cocina en fascículos, críticas a mamá que callas por no tener una bronca, la lavadora que sea alemana, comer los domingos en casa de su madre, planificar las vacaciones con seis meses de antelación y pagarlas a plazos, criticar a las amigas, intentar darles envidia, comprar la secadora, bolsos-zapatos-chocolate-sexo, tener un perro como sucedáneo y antesala del niño que se ha de fabricar, ir a una clínica de fertilidad, leer el Cosmopolitan, plantearse la adopción de un niño nepalí; atravesar una tarde de domingo larga y tediosa sintiendo que te falta algo y mirarla y no reconocerla. ¿Qué tienes en común con esa persona? Nada, respondes. Y te das cuenta que, en realidad, la detestas, y es entonces cuando te odias a ti mismo por tu cobardía eterna y tus renuncias constantes y parece que te asfixies por el deseo tan irrefrenable de huir que se apodera de tu ánimo”.

GUILLERMO.- El programa se llamaba S.E.T.I., las siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre. Era un proyecto norteamericano financiado con donaciones privadas. Ulises logró que nuestra Universidad aportara fondos para la construcción del radiotelescopio. El objetivo era rastrear las ondas que llegan desde el espacio exterior hasta identificar un pulso de radio de origen alienígena. Una vez detectado el pulso de radio, únicamente faltaría que humanos y alienígenas lograsen un acuerdo tácito sobre la frecuencia a la que poder enviar y recibir mensajes. Ulises no dudaba del éxito de la misión, pese a que llevaban cincuenta años de fracasos. “La vida simple tiene que ser muy común en el Universo. Otra cosa es la vida inteligente, y que coincida con nosotros; aún no sabemos cuánto tiempo puede durar una civilización antes de destruirse. Aquí todavía nos estamos matando unos a otros”. Insistía en que existen cientos de miles de millones de estrellas. Sólo en nuestra galaxia hay cincuenta mil millones de planetas; lo que implica que hayan una cantidad ingente de planetas a una distancia equilibrada de su estrella, ni ardientes ni gélidos; idóneos para que puedan albergar vida.

RICARDO. -Como no le dieron el Nobel, pues había de pasar a la historia como fuera, ¡descubriendo marcianitos! ¡Cuántas veces la vanidad se esconde bajo las púrpuras de la ciencia!

SONIA.- Habrá quien diga que se marchó y se enroló en aquel proyecto desquiciado por vanidad, pero no es cierto. Ulises pensaba en que la explotación de los recursos del planeta nos conduciría a un inevitable colapso medioambiental, por lo que urgía encontrar otro planeta que reuniera las condiciones para el desarrollo de la vida humana, un planeta-refugio al que emigrar en caso de ser necesario. Me hizo partícipe de estas reflexiones tras ver juntos en vídeo la película “Rapa Nui”.

GUILLERMO.- “¿Y si descubrimos a los alienígenas y éstos son hostiles?”, le pregunté. Se encogió de hombros, según él, ese era un riesgo que debíamos correr sin más recompensa que saciar nuestro afán de conocimiento científico.

SONIA.- El espíritu no es lo mismo que el ego, tal era su opinión.

GUILLERMO.- Lo más parecido a un encuentro con extraterrestres que ha experimentado el género humano fue el contacto de los indígenas americanos con los europeos con ocasión del descubrimiento del nuevo mundo y en aquella ocasión los que contaban con una mayor tecnología sometieron y masacraron a la parte más atrasada tecnológicamente hablando. ¿Anhelaba Ulises, secretamente, el exterminio de la raza humana? Es un pensamiento morboso que me hice más de una vez. Mi amigo solía decir que las ciencias sociales apestaban porque su objeto de estudio era el hombre y que la historia humana no era otra cosa que la crónica de una interminable matanza. Nunca sabré cuanto había de lucidez o de misantropía nihilista en su visión.

SONIA.- Solía afirmar que los gusanos no levantaban catedrales ni fabricaban telescopios. Y sin embargo, éramos seres vivos, materia orgánica no muy distinta del resto de los animales, las plantas o los hongos. Decía que nuestro recuerdo se desvanecerá, nuestros antepasados son huesos secos o polvo; las catedrales serán devoradas por la selva cuando el hombre ya no exista, las pirámides cubiertas por la arena, el planeta colapsará, el sol se apagará. El espíritu es el romántico intento de ser algo más que vida perecedera, de afirmarse frente al horror del vacío, de retar a la eternidad. El hombre que pintó bisontes en las tinieblas de su cueva, no ganó nada práctico ese día, no cazó más que otras veces, ni la suerte le fue más propicia; y pese a todo, le pudo la necesidad de expresarse, de tratar de reducir el mundo exterior, sus miedos y sus deseos en algo imperecedero. Eso es el espíritu: un hombre pintando las paredes con sus dedos en la profundidad de una cueva.

GUILLERMO.- Existen o existieron escritos -y también charlas- de Ulises que yo nunca vi ni escuché, y eso que se supone que era su mejor amigo; aunque no creo que él supiera de las complicidades, favores, lealtades, celos y decepciones con que se edifica una sólida amistad. En esos documentos, Ulises divagaba -sería más exacto decir, desbarraba- sobre la soledad; al menos, eso es lo que académicos extranjeros que pudieron leerlos, me señalaron. En sus disertaciones, mi amigo mezclaba las inquietudes personales y profesionales en un revoltijo dialéctico indistinguible, junto a esa fatiga del alma que produce contemplar el comportamiento humano evolucionando por los caminos trillados del gregarismo y la mezquina superficialidad. Aseguran que recontaba ilusiones perdidas, desengaños amorosos, decepciones políticas y hasta filosóficas; todo ello, unido a la desazón que exhala la rutina, el que nada extraordinario acontezca. Y sin embargo, vivíamos, y la vida era un regalo cósmico, un maravilloso accidente sin explicación en la dinámica general del universo. Resulta curioso que se confesara con colegas a los que apenas les unía el efímero conocimiento de haber coincidido en algún remoto congreso internacional de astronomía.

SONIA.- El día en que se preguntó si los alienígenas se sentirían igual de solos que nosotros, me preocupé.

GUILLERMO.-Era un visionario.

SONIA.- Era un gran científico.

ASUNCIÓN.- Estaba loco, como una puta regadera.

JULIA.- Nunca lo entendí.

AVELINO.-Era un asesino.

RICARDO.- Al final de su carrera no era más que un charlatán.

SONIA.- Le pedí que reconsiderara su decisión de marcharse de la Universidad, pero no lo hizo, se disculpó, se despidió y salió de mi vida con una sonrisa y bellas palabras. Eso es todo.

GUILLERMO.- Desde su creación, cincuenta años atrás, el S.E.T.I. únicamente había cosechado fracasos. Del universo únicamente nos llegaba un silencio interminable amplificado por la inmensidad del cosmos, semejante al silencio de Dios ante las plegarias de los hombres. Ulises abandonó mujer, docencia y quizás un futuro con Sonia. Huyó, decidió recluirse como un ermitaño en su atalaya cósmica perdida en el monte.

RICARDO.- ¡Menuda megalomanía la de mi colega! y lo peor fue que, gracias a su influencia y prestigio, complicó a nuestra Universidad en aquel proyecto insensato.

ASUNCIÓN.- En sus inicios, todos estábamos muy contentos en la aldea con lo del observatorio de los marcianos. Al Eustaquio, que entonces era el alcalde, le dijeron que si aceptaban ceder los terrenos comunales del monte para levantar el observatorio, eso iba a ser una cosa muy beneficiosa para el pueblo. Gracias al catalejo de las estrellas, por fin nos pondrían en el mapa, y en la capital sabrían que este pueblacho dejado de la mano de Dios, existía. Mi aldea -techumbres de tejas renegridas, casas que se desmoronan lentamente, como muriéndose de tristeza; unos cuantos viejos y algún perro famélico- conoció de nuevo la esperanza. Nos dijeron que se crearían puestos de trabajo, que harían la carretera y reconstruirían el puente; quizás algún día, volverían los niños y podríamos reabrir la escuela derruida.

GUILLERMO.- Ulises no dejaba que nadie, excepto yo, le visitara en el observatorio. Cuando Sonia solicitó verle, él se deshizo del compromiso con amables excusas. A medida que fue pasando el tiempo, mis visitas se fueron espaciando y por último únicamente nos comunicábamos por teléfono. La excusa de Ulises para rehuir de la humanidad era que sus investigaciones estaban “dando frutos” y que cualquier visita le perturbaría, por no hablar del obligado secreto en el que debería actuar hasta la conclusión satisfactoria de sus trabajos. Me mostré escéptico, para enojo de Ulises; nuestras relaciones se volvieron tensas y frías.

ASUNCIÓN.- Las promesas nunca se cumplieron; al Eustaquio, los de la Universidad, le engañaron como a un chino.

GUILLERMO.- Yo me encargaba de llevarle todo lo que me solicitaba. Cuando me remitió una lista de los libros que quería que le enviase -todos sobre ufología, civilizaciones perdidas y esoterismo- comencé a preocuparme seriamente sobre la posibilidad que estuviese perdiendo la razón.

ASUNCIÓN.- El primer día le vimos con traje y corbata, luego ya no. A medida que fue pasando el tiempo se dejaba caer más raramente por el pueblo, a comprar comida enlatada en la tienda de la Luisa y poco más. Cada vez le vimos con peor aspecto; se dejó barba y no se cortaba los cabellos, se convirtió en un melenudo.

RICARDO.- Tuve que vencer las resistencias de los que creían que estábamos traicionando a Ulises, hundiendo su nave, por así decirlo; pero, al final, tras mucho batallar, logré que la Universidad retirara los fondos que había asignado para el sostenimiento del radiotelescopio. Que la policía le investigara por su presunta implicación en la desaparición de una chiquilla, ayudó mucho a mis propósitos.

ASUNCIÓN.- Dudo, pese a lo que pregona Avelino, que el loco de la montaña matara a la niña Angelina y luego se deshiciera del cadáver. La última vez que lo vimos en el pueblo estaba delgado como el espíritu de la golosina y casi no se sostenía en pie. Dijo que tenía gripe, pero mentía, tenía algo peor en el cuerpo.

ANGUSTIAS.- Como su aspecto era descuidado y olía mal, los vecinos comenzaron a inventarse historias sobre el científico.

GUILLERMO.- Ricardo se salió con la suya y la Universidad retiró el apoyo al proyecto de Ulises. Cuando me enteré, me presenté, en contra de su criterio, en el observatorio con la intención de llevármelo para casa, algo a lo que mi amigo se opuso. Su aspecto era deplorable: demacrado, enflaquecido, avejentado, claramente enfermo. A su alrededor reinaba el desorden y la suciedad. Me prometió que en cuanto acabase la memoria que estaba redactando sobre sus misteriosos descubrimientos, volvería a la civilización.

ASUNCIÓN.- Todo es muy turbio. Corrían rumores sobre Avelino y la niña Angelina. Para colmo, David y Angelina desaparecen en la misma semana, los dos únicos muchachos del pueblo.

GUILLERMO.- Lo que se lleva peor es la duda sobre si la muerte de Ulises se debió a un suicidio o a un asesinato. El cuerpo quedó tan calcinado que los forenses no han podido determinar las circunstancias de su fallecimiento. Identificaron al cadáver por la placa dental. La Guardia Civil si ha podido confirmar, en cambio, que el fuego que abrasó el observatorio fue provocado desde dentro del edificio.

ANGELINA.- La televisión acaba de anunciar la muerte del hombre del telescopio.

DAVID.- Angelina, no estés triste.

ANGELINA.- Jamás volveré al pueblo, escupo sobre mi padre por lo que me hizo durante tantos años. Lo único que lamento es haberme separado de mi hermano Indalecio.

JULIA.- Cómo no tenía seguro de entierro. He tenido que cargar con la factura de sus funerales. Ha sido el último regalito que me ha hecho mi maridito.

ANGELINA.- Como no soportaba a mi padre, ni a mi madre que consentían en silencio, ni a todos los del pueblo, que sabían y, también, callaban; muchas veces me refugiaba en el monte, fue allí donde le conocí y nos hicimos amigos. Fue él quien me dio el dinero para que escapara con David. Antes de marchar le pregunté si había descubierto algo, y me dijo que sí: “Nosotros somos los extraterrestres”, esas fueron sus palabras. Como no le comprendí, me aclaró que el origen de nuestra especie era extraterrestre, que ya en una ocasión nos habíamos cargado un planeta a causa de nuestra avaricia, lo que nos había obligado a emigrar a la Tierra. Me pidió que guardara el secreto. Yo se lo conté a David y a mi novio no se le ocurrió otra cosa que explicarlo en un foro de Internet. Antes de despedirme de él, le regalé como muestra de aprecio, la muñeca preferida de mi infancia.

DAVID.- El incendio lo puede haber provocado cualquier pirado adicto a los ovnis que navegue por Internet. He tenido problemas de conciencia por haberme chivado de su descubrimiento.

ANGUSTIAS.- La noche en que ardió el observatorio, Avelino, mi esposo, estaba ausente; no regresó hasta las seis de la mañana, hablando sólo y renegando. Yo me hice la dormida, como me hacía lo dormida las noches en que Avelino se levantaba de la cama para introducirse con sus pasos de gato en el dormitorio Angelina.

GUILLERMO.- Hay quien dice que fue un loco, otros le llama visionario e incluso hay excéntricos que pululan por Internet que le llaman profeta y hablan de conspiraciones que causaron su muerte para silenciarlo. Mientras los años pasan, mientras con juvenil inconsciencia dejamos pasar las oportunidades de vivir, creyendo que cataremos otros frutos similares más adelante; mientras nuestra existencia se nos antoja como un predio infinito de lindes remotas; sin percatarnos, el tiempo avanza con la tenacidad de un árbol que se arraiga en la tierra y casi sin darnos cuenta, llegamos al punto de inflexión, al toque de melancolía y alarma, al momento biográfico en queda más vida por detrás que por delante. Ya no seremos estrellas del rock, ni corresponsales de guerra, ni coronaremos las cumbres de nombres exóticos. Las muchachas no nos pedirán salir y cada vez seremos más cínicos y más invisibles, pensaremos que los jóvenes se equivocan sólo por el hecho de serlos, nos sentiremos menos concernidos con lo que nos rodea. Seremos hombres de cabellos grises en lucha contra el tiempo y la desesperanza. El hombre ha de saber alimentar sus pasiones o inventárselas como hizo Don Quijote. Acorralado entre la mediocridad y el sueño, Ulises se refugió en una improbable hipótesis científica para poder seguir soñando. Aunque, claro, está es mi opinión, y quizás la verdad se halla en otra parte.

Ilustración: Valo