El cuento como dirupción


Josué Isaac Muñoz Núñez


Por la velocidad con la que corre la información por internet, toda idea y opinión se vuelve cerrada. Parece que solo existe lo positivo y negativo, el like y el dislike. Una derivación de las pocas opciones que hay dentro del mismo sistema. Un número limitado de reacciones. Un número máximo de caracteres. Así mismo, el formato para comentar no es muy agradable para la lectura. Las ideas se reproducen a tal velocidad que la duda y la reflexión es dejada de lado. Ante este panorama de las redes, veo que hay una opción disruptiva, que se opone a la velocidad y al ensimismamiento. Este es el cuento, que surge y quiebra la inmediatez con la que se vive en las redes sociales. 

La velocidad también tiene sus beneficios. Nos enteramos de eventos y de lo que piensa la gente sin intermediarios. No hay pretextos, ahora cada quien es responsable de su opinión. Sin embargo, el cuento resiste a esta disolución generada por lo rápido. Uno disfruta cuando lee o escribe. Ante este escenario, el escritor y lector de cuentos es el verdadero punk. El anarquista que se opone al sistema. Y que también lo usa a su favor, pues accede a miles de textos por medio de internet. Lo hackea desde dentro. El cuento desborda el mismo sistema que impone las redes sociales. 

No hay que reducir éstas a lo innecesario. Pero hay que ver cómo configuran nuestras relaciones con los otros a partir de las discusiones sin sentido, las malinterpretaciones o las sectas que se forman en redes. Los grupos que toman una opinión y que deciden quién puede opinar y quién no. Se forman los bandos de los buenos contra los malos. De los verdaderos contra los falsos. 

No digo que esto no sucediera antes de la era pre-covid. Solo menciono que los beneficios de las redes también generan opresión. Es un fenómeno normal y común, pues las redes sociales no pueden sostener todas las posibilidades de la interacción humana. Con el cuento sucede algo distinto. No hay opinión verdadera o falsa. Lo escrito es un proceso de descubrimiento y no se queda en la mera opinión o la reflexión. Toca lo humano sin buscar imponer un punto de vista o sin desear agotar toda la experiencia humana. El cuento es disruptivo porque trasciende lo inmediato. 

El cuento y el cuentista no se cierran como las redes sociales. No hay algo bueno o malo en el cuento sino un desborde de sentido. No existe un botón de like o dislike en los cuentos. Tanto al leer como al escribir, el cuento permite experimentar una libertad distinta a la que nos pintan facebook y twitter. Los protagonistas y las historias no tienen por qué centrarse en lo verídico. No existe la infodemia en la literatura. Lo escrito no es la vida misma, y aun así la retrata mejor. Esa vida que es un conjunto de fuerzas positivas, negativas, raras, violentas, suaves, agresivas y dulces. El cuento es un artificio que nos permite experimentar la contradicción. 

Cuando el cuentista escribe uno se desvanece. El escritor no es el protagonista. Esta pseudoficción de creer que el protagonista y el escritor son la misma persona es falsa. El escritor es pura ficción. Uno no puede narrar las cosas tal como son, sino tal como se imaginan que son. Es la maravilla de los cuentos. Un mundo vivo, orgánico y a la vez artificial, donde los personajes son independientes. Ya no es uno el que habla, sino los personajes que son narrados gracias a nosotros como escritores. El escritor pasa a segundo plano al escribir, pues el cuento cristaliza una experiencia humana independiente del autor. 

Los personajes del cuento tienen su propia sombra, su propio peso. Sufren y aman como nosotros. Su vida no se puede diluir o encasillar, porque rompen esto. Puede haber personajes que nos caigan mal, bien o con ideas distintas a las nuestras. Me atrevería decir que un buen escritor es quien deja que los personajes vivan y se desarrollen aunque nos repulsen. 

En cambio las redes buscan, por algún error de equiparar compartir con ser, retratar la vida tal como se desea. Pero la vida está más allá de las etiquetas y hashtags. El cuentista es consciente de esto y por eso no se encasilla. Cuando las personas mencionan que tal libro les causa malestar, es porque algo vivo está ahí, algo que incomoda y es un ser distinto al nuestro. En las redes se puede bloquear y eliminar a las personas, pero fuera de esto hay que vérnosla con las cosas como son. La vida no es como la idealizamos sino sólo es. 

Los cuentos no narran lo que es, sino lo que puede o no ser. Experimenta con ideas que son agradables y repulsivas. Ideas vigentes o caducas. No hay límite más que el del mismo escritor. Éste es el que determina el cuento y sus posibilidades. El fin de escribir no es la fama sino mostrar todo aquello que se oculta en el corazón humano. Es ver nuestra sombra y abrazarla. Es adentrarnos a lo desconocido, a lo que no es todavía nombrado pero existe en algún lugar de lo humano. Las redes en cambio, nos dan la opción de cerrarnos en nosotros mismos. El cuento de abrirnos, hacer una radiografía de las pasiones. 

El cuento es el lugar donde se rompe la indiferencia. Donde lo bueno y malo se difumina, y donde se muestra todo lo que tememos y amamos. No debe de ser un lugar preestablecido y claro, sino uno tantear en la oscuridad. El cuento es un espacio para la desobediencia, para ser punk, para ser disruptivo, para arder. 



Ilustración: ANGÉLICA SOFÍA CANCHOLA FRÍAS (SHIN) @mordoxrigs en instagram